Las Librerías Recomiendan: la Pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo, de Bohumil Hrabal

Las Librerías Recomiendan: la Pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo, de Bohumil Hrabal

Mar 02 Mar 2021
por Ester Vallejo


Nuestra compañera Ester ha escrito otra entrada en la web del Gremio: Las Librerías Recomiendan.


Además de uno de los mayores legados de la cultura checa, la literatura de Hrabal es, por encima de todo, un regalo para sus lectores. Tiene la maestría de narrar situaciones dramáticas sin caer nunca en lugares comunes y utilizando para ello una de las herramientas más poderosas y, a nuestro modo de ver, más difíciles de manejar literariamente: el humor. El contraste entre drama y humor resulta siempre mucho más efectivo que la mera narración de desgracias, por muy reales que éstas sean. El humor utilizado para subrayar lo dramático de la vida. Éste, empleado como contrapunto puede producir una conmoción mucho mayor en el lector, pero insistimos, no es fácil de conducir. Hrabal lo hace siempre de manera magistral sin restarle un ápice de veracidad a sus historias. Y, en el caso de esta novela, en apenas 170 páginas. Desde el punto de vista literario es un ejercicio de alta literatura, lúcido y original, una obra muy personal. Otro buen ejemplo de ello es su fantástica novela Trenes rigurosamente vigilados, situada en plena guerra mundial y en donde se nos recuerda que, a pesar del drama, la vida puede –y debe– seguir su camino.

La historia de la literatura, lo sabemos, está repleta de autores que se han enfrentado a este difícil reto del humor, algo que, como en otras disciplinas, resulta siempre un ejercicio de inteligencia y humildad tanto por parte del creador como por parte del receptor. Sin pretender comparaciones innecesarias podemos afirmar que la obra de Hrabal es absolutamente luminosa, siempre buscando el equilibrio entre lo grotesco, lo feo, lo dramático, y esa diafanidad, esa claridad, tan necesarias, eso que nos permite seguir viviendo. Se trata de una de las mayores aportaciones de este autor, me atrevería a decir que su mejor legado, algo constante en toda su obra.

La existencia de los personajes de Hrabal no suele ser fácil ni cómoda, se trata de personajes marginales, de vidas anodinas, sin grandes hazañas que dejar a la Historia. El autor recibió influencias literarias de Hasêk y Kafka y, como apuntó en su día Mónica Zgustova, especialista en su obra, su lema fue siempre el hominismo –como él mismo lo bautizó–, en contraposición al humanismo, o lo que es lo mismo, le interesaba, más que la humanidad entera, el hombre como individuo, especialmente el hombre corriente cuya heroicidad consistía en soportar una vida monótona, sin esperanza, y continuar adelante día tras día.

La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo es una discreta ciudad checoslovaca de discurrir tranquilo hasta la llegada del ejército nazi, y más tarde, del ejército ruso, que aparece en escena para liberar a sus habitantes del enemigo alemán, y en medio de todo ese trasiego humano orquestado por las mentes pensantes del momento –¡Dios nos libre de las mentes pensantes!–, el pueblo intenta sobrevivir, lucha por seguir adelante convirtiéndose inevitablemente en mera comparsa de la Historia. ¿Y cómo lo hace? Pues a golpe de cerveza, putas y burdeles, bailes cosacos y cogorzas de risa, mareantes y liberadoras. Quizá las escenas que se desarrollan en estas tabernas sean de lo mejor de la novela. Por momentos nos recuerdan a las tabernas dublinesas de Joyce o a las tascas berlinesas de Döblin en su genial Berlin Alexanderplatz, que tan fielmente trasladó a imágenes el director alemán Rainer Werner Fassbinder en los años 80. En ellas la gente baila, ríe, se tatúa sirenas en el pecho, habla de política, mantiene conversaciones trascendentales o completamente absurdas… Hrabal nos sitúa aquí en la Checoslovaquia de aquellos difíciles años pero en realidad podría haberse tratado de cualquier otro país inmerso en la contienda, la miseria humana de la guerra se parece mucho en todas partes.

Y llegados a este punto no podemos dejar de mencionar a uno de los personajes más originales y redondos de la novela, el tío Pepín, inspirado en su propio tío ya que la historia tiene, como muchas de sus obras, un gran contenido autobiográfico. Todo autor, todo creador, reserva un papel a sus personajes, papel con el que entran en la Historia de la Literatura y del que no se desprenden jamás. En este caso es fácil posicionarse del lado del tío Pepín puesto que encarna el amor a la vida, el hedonismo en estado puro por encima de las circunstancias que el destino nos tiene reservadas. El tío Pepín es un pobre trabajador en una fábrica de cerveza en donde le asignan los peores trabajos: limpieza de tuberías de evacuación, control de las calderas, traslado de bloques de hielo… a pesar de ello y de sus puntuales ataques de ira –a veces tronchantes– es un hombre feliz cuyo objetivo vital es gastarse el salario en mujeres y cerveza, y mantener instructivas conversaciones con las chicas del burdel sobre higiene sexual, aleccionando a todo aquel que quiera escucharle. El personaje de Pepín desprende el brillo de lo auténtico, de lo real, es la Vida escrita con mayúscula, es el individuo feliz con lo que tiene, auténticamente libre. ¿Acaso no es eso a lo que todos aspiramos? ¿Acaso no es eso el tan traído y llevado secreto de la felicidad? ¿… el truco del mago en la chistera?

Aparte de Pepín aparecen en esta novela otros personajes geniales que dan lugar a situaciones rocambolescas, absurdas, divertidísimas y dramáticas a partes iguales.

Cuando al final todo acaba, se hace recuento y se descubre una existencia vivida con dignidad, hay espacio por tanto para la esperanza, porque al final sólo eso importa: el tiempo que tenemos asignado en este mundo, que merezca un poco la pena. Allá cada cual.