Las Librerías Recomiendan: Breve historia del marcapáginas

Las Librerías Recomiendan: Breve historia del marcapáginas

Lun 23 Nov 2020
por Ester Vallejo


Nuestra compañera Ester ha escrito otra entrada en la web del Gremio: Las Librerías Recomiendan.


Qué decir de este breve y elegante ensayo del napolitano Massimo Gatta sobre ese objeto tan útil y a la vez tan ignorado como es el marcapáginas, según la RAE ese “utensilio, normalmente plano, que sirve para señalar una página, por lo general aquella donde se interrumpió la lectura de un libro”. Pues bien, ese “utensilio” cobra vida en las palabras de Gatta, se convierte en testigo del tiempo y de la cultura humana en tanto que ha acompañado la lectura de varias generaciones.

Comienza así un breve repaso de la historia de la lectura, en este caso de la lectura interrumpida, y descubrimos que el marcapáginas es tan antiguo como el objeto al que complementa, ambos son una unidad indisoluble, sólo que aquel ha adoptado a lo largo de su historia múltiples formas provenientes de los orígenes más insospechados, siendo siempre reflejo fiel de la personalidad del propio lector en cuyas manos se encuentra el libro. Encontramos así pequeños objetos que pudieron realizar la función de marcapáginas hallados en Egipto y datados en el s. VI d.C.; tiras de pergamino utilizadas por los monjes de los monasterios medievales en los scriptoria para marcar las páginas que copiaban; cintas de seda cosidas a la parte alta del libro para facilitar la lectura y que fueron muy empleadas en el siglo XVI; las encantadoras manecillas que aparecían dibujadas en los márgenes de los manuscritos antiguos –muy profusamente en España– entre los siglos XII y XVIII… Llegamos así a mediados del siglo XIX, momento en el cual el marcapáginas llegó a convertirse en un objeto muy preciado y elaborado, poniéndose incluso de moda entre las damas victorianas que lo utilizaban para marcar sus lecturas, además de convertirse en un objeto muy recurrente para regalar a amigos y conocidos en ocasiones señaladas tales como cumpleaños o aniversarios de todo tipo. Ya en el siglo XX, vemos cómo el marcapáginas deja de estar unido al libro para empezar a fabricarse de forma independiente, normalmente en papel o cartón, llegando a ser utilizado por numerosas empresas con fines comerciales, con imágenes de femme fatale, coloridas, perfumadas, exquisitas. Posteriormente llegarían los marcapáginas de otros materiales: metal, madera, plata… algunos tan bellos –como poco prácticos a veces– que los libreros de viejo comenzaron a reservar una sección específica en sus catálogos para estos objetos. El viaje histórico llega hasta los tiempos actuales, los tiempos del pósit y los marcadores digitales.

En esta historia encontramos de todo: los famosos marcapáginas de Antonio Magliabechi a base de lonchas de salami que horrorizaban a algunos bibliófilos como Marino Parenti, que lo llegó a describir como “el hombre más sucio y descuidado de su tiempo, y también el más erudito”; el marcapáginas de lana que usaba la reina Isabel de Inglaterra; incluso algunas críticas a la antaño extendida costumbre de algunos de introducir hojas vegetales entre las páginas de un libro que, según explica Ricardo de Bury en su Filobiblión, “empiezan por dilatar las junturas ordinarias del libro y al cabo, (…) se pudren dentro de él”.

La estupenda edición de este libro llevada a cabo por la editorial Fórcola incluye, muy acertadamente, numerosas láminas de pinturas –principalmente de los siglos XV y XVI– cuyo denominador común son los marcapáginas que aparecen señalando lecturas a medio hacer, que en algunos casos no son más que la feliz conjunción de unos dedos humanos, y que el autor va resaltando y describiendo a lo largo del texto. Completan este curioso ensayo un documentado aparato de notas, una muy útil bibliografía para las mentes más inquietas y, como no podía ser de otro modo, un oportuno marcapáginas ilustrado.

Nos hallamos, por tanto, ante un bello texto que es a la vez una reivindicación de este objeto que nos sugiere, nos invita, por su propia razón de ser, a la lectura pausada, introspectiva, sin prisa, como apunta David Felipe Arranz en el prólogo al texto, algo que hoy día, en tiempos de urgencias e inmediateces, supone un acto casi revolucionario. Bravo, pues, una vez más, por apuestas editoriales como ésta.


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