Gerardo Codes, abogado

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Este libro es una profunda exploración de la vida y carrera, un abogado singular cuya habilidad, ética y dedicación al Derecho marcaron una época.

Coordinado por Martín María Razquin Lizarraga, la obra revela la excepcional figura de Codes, destacándose su capacidad para resolver complejas disputas jurídicas, su implacable búsqueda de la justicia y su compromiso con la ética profesional.

La obra Gerardo Codes, abogado ofrece:

Una trayectoria marcada por la experiencia y la templanza en el ejercicio del Derecho.

Una fe auténtica en la justicia y en los valores del Estado de Derecho.

Una firme dedicación a la labor social y a la promoción de la educación.

El 29 de agosto fue inhumado en su Martos natal el cadáver del bueno de Gerardo.

No era una persona conocida del gran público, pero sus 76 años de vida le cundieron profesionalmente mucho y bien, sobre todo en su faceta de abogado de banca, primero en el Hispano Americano, luego (con la fusión con el Central en 1991) en el Central Hispano y, a partir de enero de 1999, en el Santander, que acabó absorbiendo a esa entidad.

Tras su jubilación, nuestro hombre había dejado tan magnífico recuerdo que, ya como externo, siguió colaborando con ellos hasta los últimos días de su vida.

Las concentraciones empresariales dan lugar a batallas encarnizadas, porque, por definición, todos los puestos se encuentran duplicados y de los jefes sólo puede quedar vivo uno.

En el caso de los bancos -unas entidades que en los años ochenta y noventa vivieron, por cierto, en una crisis casi crónica-, las cosas se presentaban aún más difíciles, porque su estructura era muy descentralizada -lo importante eran las sucursales, la red-, de suerte que en los servicios centrales los cargos a repartir eran escasos.

A Gerardo, que no era hombre dado a camarillas y cabildeos -le repugnaban, para hablar en plata, porque los andaluces de Jaén, los aceituneros tienen en muy alta estima su propia dignidad: todo menos ¡por favor! arrastrarse; si eso se llama altivez bendito sea Dios-, supo estar en todo momento por encima de las circunstancias y no sólo terminar saliendo a flote sino hacerlo por la puerta grande. ¿Carisma? ¿Lo que Federico García Lorca llamaba duende? Puede ser.

Pero quizá lo que más influyó en su favor fue un rasgo de su personalidad que, en la gente con veteranía en su oficio -el que sea-, suele ser infrecuente: en ningún momento perdió la fe en el derecho (y en sus gestores últimos, los jueces) como instrumento de justicia: una ciencia y también un arte.

Por supuesto, el paso de los años le hizo refugiarse en el escepticismo -el gran privilegio de la edad-, pero sin abdicar de sus convicciones.

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