Al poseedor de este libro que tuviera la impresión de que los análisis de Lucien François no le agradan, ya sea porque ese lector ve en el Derecho una institución cuyo autor desconoce la trascendencia, ya sea porque se trata de un kelseniano de estricta obediencia, o porque es refractario a los neologismos, o por cualquier otra razón, el autor del prefacio dirige una recomendación con carácter de exigencia: comience la lectura del primer capítulo, y vea si puede detenerse antes del fin del último capítulo, el 16 . Es, en primer lugar, porque Lucien François posee un formidable poder de persuasión. Es, luego, si esto aún no les convence, porque el Cabo de las Tormentas es algo que no se encuentra a menudo entre las obras jurídicas, una obra de una gran calidad literaria, en la cual la elegancia del estilo, el rigor del pensamiento y un humor tanto más exquisito cuanto que no se considera jamás como tal, se combinan armoniosamente. Es finalmente, porque en el filo de la demostración general se mezclan numerosos análisis, cuya profundidad solo puede convencer al lector más reticente de lanzarse a la aventu